Esa Playa de Este Pueblo

16 de septiembre.

Ayer cuando bajé a la playa me encontré con Isabel. Cada vez que bajo a la playa si
quiero localizarlas a ellas, a mi grupo, busco un bulto de sombrillas como haciendo un
caparazón. Es fácil de distinguirlas porque la gente en la playa habitualmente se coloca
con espacio para abarcar toda la arena posible, extiende sus toallas sus sillas sus
sombrillas, pero ellas no.
Esta gente es todo lo contrario, cuanto más juntas mejor, pa charlar compartir las pipas el
melón y todo eso.

Bajo por las escaleras de piedra que arreglaron hace tres o cuatro años, que sigue
costando lo mismo subirlas que bajarlas porque además de ser empinadas son muy altas,
a mitad de las escaleras, echo un ojo pa buscar el caparazón de mi grupo. Aquí, mi grupo,
son todo señoras. Las señoras que algunas fueron amigas de mi abuela María, como Ana,
Angelines o Isabel. Otras son vecinas de mi tía Mari, como Rosi, Cirilo, Damián o Mariluz.
Mi tía se medio mudó aquí después de la pandemia, es de esas jubiladas que desde que
es primavera hasta que acaba el otoño pasa ese tiempo en el pueblo. Pero todas estas
señoras se conocen de mucho muchísimo antes de la pandemia. Como de toda la vida.
Han visto como morían sus amigas, como morían los maridos de sus amigas, como
dejaban de trabajar y venían aquí más a menudo, como todas sus hijas se fueron de
casa, como todas sus hijas de vez en cuando pasan por aquí a estar un par de semanas
en verano.

Como Raquel. Raquel es la hija de Menchu, Menchu es ahora amiga de mi madre que a
su vez es hija de Cristobal y Dolores que fueron amigos de mis abuelos.
Raquel y yo nos conocemos desde que yo nací, y nos vemos aquí si coincidimos cada
verano. Solemos tomarnos una cerveza alguna tarde y pasar ratos al sol por las mañanas
en la playa. Ella trabaja en unos almacenes de unas farmacéuticas, y le contó a mi madre
hace un par de semanas que en dos años se casa, que quiere cambiar de trabajo y ser
weding planner. Que a tomar por culo todo, pues sí – dijo mi madre – a tomar por culo todo
que le den a esos almacenes.

arriesgarlo todo por ser weding planner .

Isabel es de mi grupo. Era amiga de mi abuela, como Ana. Cuando me encontré hace dos
días con Ana por la calle grité su nombre y lancé parriba el brazo al aire pa saludarla y ella
solo sonreía. Me acerqué y me dijo hija tendrás que decirme quien eres. Después le contó
a Claudia la misma historia que lleva contándole dos años cada vez que nos vemos, que
cuando yo era bebé ella me daba paseos en brazos por la orilla del mar y un día en la
piscina ella pasó cerca de mi madre y de mi y yo lancé los brazos al aire pa que me
cogiera en brazos y mi madre dijo mira ana, te hace bracitos. Y ella me cogió en brazos y
no podía encontrarse más feliz de que yo quisiera estar en sus brazos. Le lanzaba los
brazos al aire como hago ahora desde lejos no para que me coja sino para que me
reconozca.
Isabel en la playa ayer tampoco me reconoció. Me agaché debajo de su sombrillacaparazón
y le pregunté qué tal y ella

-Hija tendrás que decirme quien eres.

-Pues soy yo Isabel.
Y ella abrió tanto la boca como para tragarse todo el mar que tenía justo delante.
Se señaló el ojo izquierdo diciendo que con ese no ve y luego el derecho que con ese
tiene que imaginarse las cosas.

-¿Sabes cuantos años tengo ya? 102.
Y a mi se me secó la boca se me cayeron los ojos y todo mi pelo se llenó de nudos.

102 años de vida.
Eso es mucha vida.
Que porque ahora tiene heridas en las piernas porque sino habría estado una hora en el
agua ahí flotando. Hoy justo no porque está un poco sucia pero otro día sí. Y que tiene un
boquete en una pierna porque los peces se la enganchan para comerse su piel muerta y
uno mordió de más y se llevó un cacho y ahora tiene una herida (de verdad que tiene una
herida). Y en la otra pierna nada que la otra semana en las fiestas un perro fue a saludarla
y le hizo dos heridas más que como tiene tantos años su cuerpo no funciona igual, pero
que se lo cuida muy bien pa poder bañarse antes de que venga el frío.

Tu abuela decía que tú eras más maja pero que tu hermana era más salada.
Como esa forma que tienen las abuelas de repartir los cumplidos y no quedar mal con
nadie.

Cuando mi hermana y yo éramos más pequeñas y pasábamos aquí todo el verano, y nos
bañábamos con todo el grupo (que en ese momento también había niñas de nuestra
edad) Isabel se bañaba con nosotras y nos íbamos al fondo, nadábamos hasta las boyas
con nuestras tablas y flotadores. La teoría de Isabel era que ella flotaba porque tenía
mucho pecho y como nosotras éramos muy pequeñas muy jóvenes y no teníamos pecho
no flotábamos. Pero ella tenía sus propios flotadores como ella decía. Aunque nosotras
tuviéramos los nuestros.

Cada año que volvía, antes de estar justo aquí, siempre quería que nadie me reconociera
que ese fuera el verano en el que yo volviera y nadie supiera quien era, con sus cosas, su
vida secreta para toda esta gente de esa playa que veía en un espacio-tiempo concreto y
que no sabían todo lo que yo hacía el resto del año en Madrid. Volver y ser otra y que
nadie supiera quién era yo, la de los secretos, la rara, la nueva a la que señalarían.
O algo así.
En el momento en el que Isabel no me reconoció ayer Angelines dijo que había crecido y
Ana que no, no ha crecido solo ha adelgazado y todas sí mírala que delgada sí es eso, y
Rosi sí claro está más delgada por eso parece que ha crecido.
La validación de mi grupo, de mis abuelas, por no ser reconocible. Por estar guapa a sus
ojos. Con mis secretos y mis cosas sin que ellas sepan nada de lo que yo hago el resto
del año en cualquier otro sitio que no sea esa Playa de Este Pueblo. Da igual acabar el
mes con el agua al cuello, no dormir bien, no saber si curro o si estudio, si me levanto por
las mañanas tranquila, si me alegra tener un jardín en una estantería, si camino por las
calles como vuelan esos pájaros grandes encima del mar, con tal de volver en verano y no
ser reconocible.

Todo lo que ocurre el resto del año fuera de esa Playa de Este Pueblo, no es lo que más
importa.
102 años de vida.
Cada una tiene sus creencias
sus zanjas
sus hoyos de esperanza.
Sus sombrillas sus pipas sus Playas.
Cada una tiene sus diosas.

Vuelvo a estar en el mismo lugar desde el que os escribí la última vez el 17 de abril.
Pero nada de nada de nada es lo mismo.
Os mando besos desde la Playa que es mi Playa que se llama: Cala de los ángeles.
Nos vemos pronto.

Mara

Mara Sannia

Directamente a la despensa

A ver, Pues… Es una familia… Bueno, era una familia de aquí del pueblo. El marido era de aquí. La mujer y la familia de la mujer eran de Canarias. De qué isla eso ya no me acuerdo, pero eran de allí. Habían venido a pasar el verano y querían hacer una comida con las patatas de allí, las chiquitinas. Se llaman papas, ¿no? Sí, pues eso… Total, que llegan en el coche el marido, la mujer, la tía, están descargando… Bueno, así es como me lo ha contado a mí la… la vecina de ellos. Estaba él descargando el coche, ¿no? Repartiendo los sacos de papas. Y decía… Claro, decía:

-Estas papas directamente a la despensa.

Y repetía así siempre:

-Las papas directamente a la despensa. 

Bueno, pues todos los que estaban allí, la hija pequeña… todos los que estaban llevaban los sacos directamente a la despensa. Entonces alguien, creo que era la tía, dejó una bolsa de papas en la cocina en vez de en la despensa.

Se ve que la puso al lado del cubo de la basura, aunque aún hoy ella niega que el asunto ocurriese como te cuento, claro. Y había mucho ajetreo en la casa porque traían muchas cosas. Bueno, que mientras hay todo ese ruido y ajetreo en la casa, maletas, entradas y salidas, la hija pequeña saca la basura. Espera, que casi se me olvida. Ella sacó la basura porque alguien le había dicho que había mucha basura. Esto es para morirse… Bueno, pues va ella, piensa que es buena idea y coge todas las bolsas que había en la cocina y entre varios van y las tiran a los cubos de la entrada del pueblo. Total, que tiraron las papas a la basura, volvieron a la casa y durmieron a pierna suelta hasta el día siguiente. Ya por la mañana, pues… Se levantan e imagino que la tía pregunta por una bolsa verde de papas que había dejado en la cocina. Todo el mundo empieza a buscar por la casa y nada, que las papas no aparecen. Entonces ya la hija hace memoria, cae en la cuenta de que la bolsa que había tirado era la de las papas y sale corriendo de la casa a los contenedores. Total, que vuelve a la casa con las manos vacías y dice que ya pasó el camión de la basura. Y claro, el padre no podía entender cómo habían podido fallar sus instrucciones. No paraba de repetir:

-directamente a la despensa. Dije directamente a la despensa.

La hija se sentía fatal, claro, porque la familia había exportado veinte kilos de papas desde las islas. La tía callaba porque no quería tener la culpa, claro. Y todos tenían miedo de decírselo a la madre y la otra tía, a la familia de Canarias, claro. Entonces, decidieron seguir con las tareas de ese día y marcharon a otro pueblo a trabajar. Iban en un coche la hija, el novio y el amigo. Y en el otro la tía, el padre y el resto de amigos. Claro, cada uno poniendo a caldo a cada cual. La hija entretanto llamaba a los centros de residuos de los pueblos vecinos, a los ayuntamientos y… qué gracioso era, que decía:

-Hola, hola… Mira, es que he tirado algo de valor a la basura y me gustaría recuperarlo.

Claro, nadie se imaginaba que se podía referir a unas papas. La gente se imaginaba una joya o alguna cosa así. Y todo el mundo estaba entregado a la búsqueda y recuperación de esa cosa perdida. De repente, el coche para, se bajan todos y hablan con un conductor de un camión de basuras que se habían encontrado. Y este les dice que los residuos van a tal pueblo. Entonces van para allá pero allí les dicen que están en el otro pueblo de al lao. Total, que con el coche de un sitio para otro, dispuestos a ir al vertedero y escarbar en la basura y discutiendo sobre cómo sería mejor hacerlo, si hablando con conductores, directivos de las plantas de residuos, o con funcionarios de los ayuntamientos hasta que, ya hartos del misterio, le preguntan a la hija:

-¿Pero qué es lo que estás buscando?

Y dice ella… Dice:

-Pues… Una bolsa de papas que vienen de Canarias.

Y entonces, claro, se quedan atónitos y le contestan:

-Puf, pues olvídate ya de encontrarlas. La basura se va prensando y las papas estallan como… como…

Bueno, no sé qué dijo exactamente. Pues una vez que supieron ya esto, se volvieron al pueblo, resignados, a seguir con sus tareas. Pero aquí no acaba la historia. Porque todavía tenía que enterarse la madre. Total, que la madre y la tía canaria llegan al pueblo y nadie dice nada. Hacen como si no pasara nada. La hija, me consta que estaba agobiadísima. Claro, habían traído veinte kilos de papas desde Canarias, pagando una maleta de más para transportarlas, y ella había tirado casi cinco kilos. Luego dijeron que eran dos, pero en ese momento pensaban que eran cinco. Y tenían que dar de comer a cien personas con

veinte kilos. Y cinco se habían perdido… Pues claro, ella tenía miedo. Pero nadie decía nada en la casa. Hasta que ya por la noche, mientras cenaban, estaban hablando y de golpe dice la madre:

-¡Por cierto, ya me he enterado!

Y todo el mundo se ríe con nerviosismo al mismo tiempo. Y bueno, pues se cuenta todo esto de que en realidad la culpa era de la persona que guardó las papas en una bolsa que parecía de la basura, y que luego fue la tía la que la colocó junto al cubo, y que luego la hija la sacó fuera y el novio y el amigo acompañaron a tirarla… Nada bastó a la madre para justificar el accidente, y dijo:

-En realidad, este agravio es contra tu tía [la canaria], que tuvo todas esas papas durante tres meses en su sótano, cuidándolas y echándoles unos polvillos para que no se pusieran malas. Porque ahora no hay papas en Canarias. Este año hubo una mala cosecha y todas las papas vienen de Israel. Y tu tía había conseguido encontrar a alguien que conocía a alguien que tenía papas y que se las regalase. Y ahora están en la basura… Así que vosotros cinco os habéis quedado sin papas.

Claro, se refería a la hija, al novio, al amigo, a la tía y al padre. Yo ya te digo que recuerdo pocas historias como esta.

Todo se tambalea

Siempre se dice eso de no trabajes con tu familia que sale mal. Que se mezcla lo personal con lo profesional. Que salen los trapos sucios.

Pero ya que el proyecto BajoTeja empezó como una iniciativa familiar, nos vimos de repente mezclando lo profesional con lo personal y con todos los trapos sucios. Suerte que en mi casa son muy fans de Marie Kondo y supieron poner orden.

Me acerco a mis padres y les preguntó, móvil en mano: ¿qué es lo mejor de trabajar en BajoTeja? ¿Y lo peor? A mi padre le da la risa. Despertamos los pensamientos incómodos, las cosillas sin resolver, ponemos los trapitos sobre la mesa.

Hablo con mi madre, que se retrotrae a la primera edición del festival:

«Fue súper emocionante conocer a toda esta gente tan especial y ver como cada persona aportaba algo y que, si no aportaba eso que tenía que aportar, todo se tambaleaba.»

Según ella fue algo tan especial porque veníamos de un momento muy duro. Veníamos de estar 4 meses encerradxs en nuestras casas, con leyes de contacto cada vez más restrictivas y de repente nos encontramos con 25 personas metidas en nuestra casa del pueblo:

«El festival funcionó porque la gente lo sentía como algo suyo y tenía una responsabilidad de que eso saliera adelante.»

Les propongo escribir un texto en conjunto en torno al concepto del tambaleo, y este es el resultado:


ÁNGEL escribe –

«Era una noticia más entre los miles que se producen cada día. Una de esas que pasan por las redacciones de los medios de comunicación a veces sin pena ni gloria. De esas que la gente lee, ve o escucha pasando a la siguiente y olvidándola inmediatamente. A finales de 2019 oíamos hablar de que algo ocurría en China. Demasiado lejos para que ese algo nos afectara. Una infección, una bacteria, un virus que contagiaba a la gente en una ciudad casi desconocida o desconocida del todo. Wuhan.

Las Navidades de ese año pasaron como si nada, aunque el ruido de fondo iba aumentando. Emergía poco a poco ya en 2020 una palabra que más adelante, nos produciría escalofríos. Coronavirus, Sars-Cov-2, Covid19. Las noticias se hicieron cada vez más inquietantes. Confinamientos, enfermedades respiratorias, pacientes en estado grave, muertes. Miles y miles de muertes. Cuando nos quisimos dar cuenta la epidemia llegaba a Europa. Italia se contagiaba a toda velocidad. Y rápidamente, uno de los países más turísticos del mundo. El nuestro.

A principios de marzo trabajando en TVE hacía un reportaje sobre las pandemias, recordando algunas de las más importantes que se habían producido en nuestra historia contemporánea como la mal llamada Gripe Española de 1918, la gripe A, la gripe aviar… A una científica del CSIC le preguntaba en su casa del barrio de Salamanca en una entrevista si esto del coronavirus se convertiría en una pandemia. La respuesta fue afirmativa, sin duda y sin tardar.

El 14 de marzo de 2020, el gobierno decretaba un confinamiento que podría durar una semana, quince días, quizá. El país se paralizó, las fábricas, los colegios, universidades, comercios, servicios. Casi todo, menos lo esencial. Hospitales, centros de salud, farmacias… No nos dábamos cuenta aún de que estábamos luchando por la supervivencia. Eso sí, mientras nuestros mayores morían a miles en las residencias, los contagiados morían a miles en los hospitales, las urgencias se saturaban, los sanitarios pagaban muchas veces sus esfuerzos hasta el límite con su propia vida… algunos se manifestaban en el centro de Madrid porque no podían salir a tomar cañas.  

Otros, quiero pensar que la inmensa mayoría de este país, aguardábamos en casa con esperanza remedios, soluciones. En nuestro caso pensamos –había mucho tiempo para hacerlo, aunque seguíamos trabajando con la normalidad que era posible para que la información llegara a todo el mundo- en esa gente que con las crisis es la primera en pasarlo mal. Los artistas. En las largas sobremesas del confinamiento compartimos una idea. ¿Por qué no hacer un festival en nuestro pueblo para que esos amigos, los amigos de los amigos o los conocidos de éstos dedicados a ese mundo del arte y la cultura en el que aliviar un poco toda esa situación? ¿Por qué no llevar a San Lorenzo de Tormes, a sus treinta y pocos habitantes, algo de alegría, de esperanza, a través de la cultura?

Esa fue la idea que surgió en nuestra familia de los tres meses de confinamiento cuando aún ignorábamos que el COVID nos iba a acompañar durante casi tres años. La idea se llamó BajoTeja queriendo unir el arte con el mundo rural, tan alejado siempre de este tipo de manifestaciones. La primera edición, con grandes medidas de precaución, se celebró al aire libre en agosto de 2020. Mientras, la pandemia se extendía y el mundo se tambaleaba.»


tambalear

De or. onomat.
1. moverse de un lado a otro por falta de equilibrio o estabilidad una persona o cosa  1. intr. Dicho de una persona o de una cosa: Moverse a uno y otro lado, como si se fuese a caer. 

Así estaba el mundo en el 2020, tambaleándose de un lado a otro, y así estábamos nosotrxs aquellos 4 días de agosto en los que pusimos nuestro pueblo y nuestra casa patas arriba. Era una condición de inestabilidad, una organización en continua desorganización y reorganización; como dice mi amigo Álex en su texto. Era un estar cómodxs en la ambigüedad, como dice mi amigue Ros, enfrentarse a un sistema de valores que cree conocer todo y no acepta no poder conocer algo. Seguimos construyendo BajoTeja en esa ambigüedad, asumiendo el miedo a la pérdida y a las expectativas frustradas.


TERESA escribe –

«Claudia ya ha buscado en el diccionario una de las acepciones de tambalearse: movernos como si fuéramos a caer. Pues bien, eso no ocurre en Bajo Teja. Siempre hay algo, otra persona, un acontecimiento, en lo que apoyarse para no caer cuando te tambaleas. Y esto es, para mi, personalmente, lo mejor del festival. El espíritu de la gente que viene a San Lorenzo nos salva siempre. Ese ánimo positivo; ese afán por colaborar en todo lo que sea necesario; esa disposición a comunicar y escuchar a los demás.
Cuando se da entre las mujeres lo llamamos sororidad; entre los hombres se habla de fraternidad; en San Lorenzo, durante los días que dura el festival Bajo Teja y después, durante todo el año, lo que compartimos toda la familia bajotejuna lo vamos a llamar tejaridad. Lo llamemos como lo llamemos es algo que nos mantiene en pie, aunque podamos tambalearnos en algunas ocasiones.»


A veces nos hemos auto explotado. Pero vamos aprendiendo. Y ahora nos ponemos límites para que lo profesional y lo personal convivan en los rincones de la casa. Hemos aprendido que a veces decir que no puedes poner una silla más en tu mesa, es cuidarte y cuidar al otrx. Que las comidas no son un añadido al festival, algo secundario, cuestiones de logística. Son parte de toda esa cultura que estamos construyendo. Y que hacer unas buenas lentejas para 25 personas tiene mucho arte.

De la misma manera que Marie Kondo admitía recientemente que, tras la llegada de su tercer hijo, ya no sigue su propio método y afirma “Mi casa está desordenada”, nosotrxs admitimos que acoger a 25 personas en tu casa dificulta mucho el orden. Así que hay días que nos desorganizamos y se tambalean hasta los cimientos. Por suerte, siempre aparece alguien para calzar la casa.

Claudia Maga, Ángel Sánchez y Teresa Rodríguez

LO QUE PONER EN EL CENTRO, O AL LADO, O ARRIBA O ABAJO

En estas semanas estoy pensando mucho sobre la organización. Estoy pensando sobre cómo se gestiona la decisión de varias personas de hacer algo juntas por un interés común. Estoy pensando sobre cómo nos organizamos y por qué lo hacemos así y no asá y lo difícil que es organizarse porque algunas cosas ya van funcionando pero otras no y qué significa eso de que algo funciona y que no solo es cómo me organizaría yo sino que hay otras personas con otras formas de organizarse y tantos modos como universos pero capitalismo solo hay uno y es indivisible y que a veces no se dan las circunstancias adecuadas y quién decide lo que es importante en la organización y lo que se quiere y hasta qué punto hay que querer algo y hasta qué punto esta manera de organizarse es propia, crítica y consciente y no la reproducción de algún sistema de poder y lo que espero que sea pero que no puede ser y llegar a aceptar que posiblemente no será.

Se trata, como dice Donna Haraway, de estar en el problema. Las respuestas a las preguntas suelen ser temporales. Funcionan un tiempo, luego dejan de hacerlo y hace falta buscar respuestas nuevas. Creo que no hay que tener miedo a la pregunta porque la pregunta suele funcionar como disparador hacia otros escenarios, imaginarios y modos de hacer. Reconozco que esta inestabilidad a veces me frustra y me hace valorar si merece la pena seguir en el proyecto. Creo que es importante ser honesto y reconocer que el trabajo colectivo y la autogestión no son escenarios ideales. Para mí tienen que ver con una serie de compromisos y decisiones que hay que gestionar cada día y que pueden resultar complejas. 

Estoy pensando mucho sobre cómo nos organizamos en BajoTeja. Últimamente estoy rodeando la idea de que no tiene sentido pensar sobre esto solo y que hay muchos puntos desde los que se puede abordar esta cuestión. Estoy pensando que es muy complicado. Estoy pensando que se trata de encontrar una organización que funcione tanto hacia fuera como hacia dentro. Una organización que sea capaz de cumplir con las lógicas institucionales, de la industria y del mercado (en nuestro caso) y que al mismo tiempo pueda ofrecer bienestar, aprendizaje y crecimiento personal a las personas que deciden trabajar en el colectivo. ¿Cómo hacer que haya espacios para la reflexión, para detenerse un instante y preguntarse cómo se podría hacer tal o cual, para reconocer los tiempos y los períodos de aprendizaje de cada persona? De nuevo, muchas preguntas. 

El otro día leí un texto de Nicolás Pradilla titulado Poner en el centro la organización como forma de aprendizaje. Se preguntaba sobre la contradicción a la que se enfrenta una organización de personas que se juntan para poder compartir un interés común, saberes y aprendizajes cuando se transforma en una organización de compartimentos aislados e individuales por las lógicas de la industria cultural y de las instituciones culturales. Lanzaba el interrogante de “¿Cómo mantener un espacio de gozo y apertura [en una organización] al aprendizaje colectivo?”, y respondía que “poner en el centro la organización como una forma de aprendizaje tiene la potencia de inventar nuevas ponderaciones de valor y producir mecanismos de reconocimiento e inscripción institucional que escapen a la normalización de la instrumentalización que la lógica de la industria cultural parece instaurar hegemónicamente. Para ello es necesario compartir los procesos y no solo las tareas.”

A veces, el enorme volumen de trabajo, los códigos específicos de la burocracia y la invisibilidad del trabajo de gestión y oficina hacen que se priorice la productividad y la resolución de tareas sobre el proceso y el aprendizaje. 

Cabría preguntarse cómo convertir una tarea administrativa en un proceso de aprendizaje colectivo o cómo dar creatividad al trabajo más aburrido. Como dice Pradilla, no se trata de repartirse tareas sino de compartir procesos. Un proceso muy positivo que hacemos en BajoTeja es que todo lo que alguien escribe se pone en común para que el resto comente y haga aportaciones, críticas y sugerencias. Se genera un espacio de aprendizaje colectivo en el que todxs sumamos. Y esto se aplica tanto para la presentación del proyecto para una convocatoria de una administración como para un texto personal como este. Nos repartimos los proyectos porque de otro modo sería imposible estar todxs en todo pero no por ello dejamos de trabajar en grupo. Somos partes de un cuerpo común. Este modo de organización implica aceptar que hay que repartir bien el trabajo, asumir que los tiempos se van a dilatar, hacer un trabajo de reflexión y evaluación sobre cómo facilitar la información al grupo, comunicar adecuadamente el feedback, gestionar inseguridades, prejuicios y dinámicas de poder dentro del colectivo. No obstante, también nos hace sentirnos representadxs y sostenidxs por el resto del equipo. 

Estoy pensando en esta condición de inestabilidad, de que tal vez esto funcione ahora y no se sabe hasta cuando. Estoy pensando en esta organización en continua desorganización y reorganización. Estoy pensando que esto es muy difícil y que he vuelto a pensar solo. Estoy pensando que voy a dejar de escribir aquí y volveré a leer esto en un tiempo.

Alex Martínez

La idea es cómo poder preservar todo esto

El 17 y 18 de diciembre de 2022 realizamos en San Lorenzo de Tormes el evento «Caravana de poetas», una iniciativa del Colectivo Más que Palabras. En él, planteamos un taller sobre el archivo del pueblo y le pedimos a dos residentes de nuestra I Residencia Literaria que registraran de manera creativa lo que allí sucedió. 

Os dejamos con la creación de Arturo Batanero:

© Arturo Batanero. All Rights Reserved

La Asociación de Mediadoras Culturales de Madrid (AMECUM) nos invitó a realizar la activación del libro Vidas a la intemperie de Marc Badal para el club de lectura Otros libros, y eso 2, un programa impulsado desde la Biblioteca del Museo Reina Sofía con el Departamento de Educación y Mediación del museo. Con esta actividad inauguramos el año 2023 y también cumplimos un año desde que fundamos la Plataforma BajoTeja. Queremos agradecer a Susana y a Jesús (AMECUM) su atención y cuidado, así como a Dani y Alberto (Biblioteca) su apoyo durante el proceso. 

En estas líneas que siguen tratamos de poner en palabras toda una sesión que nos ha dejado muchas preguntas e interrogantes sobre los que pensar y seguir reflexionando. Ciudad rural: Cartografías cruzadas es una actividad de mediación que pone en relación tres contextos diferentes:

  1. Las fotografías de la serie Spain is different del Museo Reina Sofía
  2. El libro Vidas a la intemperie de Marc Badal
  3. Y los testimonios de algunas vecinas de San Lorenzo de Tormes

Suena el teléfono en diciembre. Susana nos propone este encargo. Aceptamos. Leemos Vidas a la intemperie, un libro que nos habla de la desaparición del mundo campesino y de las interdependencias urbano-rurales. Junto con AMECUM, decidimos vincular el texto con fotografías de Spain is different, una serie que toma el nombre de la famosa campaña publicitaria impulsada por el régimen franquista en la década de los años 60 para atraer turismo internacional y mostrar un perfil más liberal a los Estados Unidos y las democracias europeas. Las fotografías de lxs artistas Xavier Miserachs, Joan Rabascal, Ramón Masats y Oriol Maspons muestran con una mirada crítica las contradicciones de una España que se vende industrial, moderna y abierta con una España empobrecida, anticuada y reprimida. A partir de esas imágenes nos preguntamos si esta promoción de las ciudades y de los pueblos turísticos ha contribuido a este “etnocidio con rostro amable”, en palabras de Badal, del mundo campesino y qué implicaciones ha tenido en nuestro imaginario y en nuestra vinculación con lo rural.

Jesús nos informa de que el libro no ha cautivado demasiado en el club, un poco por el tema, un poco por ser ensayo. Es más, le han cogido tirria a Marc Badal. Sienten que idealiza el mundo rural y lo vuelve inaccesible para la gente urbana, como si les privara del derecho a hablar del tema. Impresión interesante. Entre AMECUM y BajoTeja pensamos que sería oportuno dar respuesta a este reclamo y trabajar sobre un concepto que acerque posturas y que menciona Marc Badal en el libro: la ciudad rural. La ciudad rural se plantea como una urbe cuyo funcionamiento depende de los modos de vida rurales, donde sus saberes y prácticas se cuelan entre las grietas del asfalto, el ruido, la velocidad, la hiperproductividad y el individualismo. 

“En la toponimia urbana abundan referencias a esta ciudad rural. La alhóndiga de Bilbao no siempre ha sido un centro cultural. Tampoco el Matadero de Madrid. Los regantes de la huerta valenciana llevan siglos resolviendo sus litigios en el Tribunal de les Aigües, enclavado en el corazón de la capital.” 

Esta idea de ciudad rural nos resuena con el concepto de ciudad agropolitana, desarrollado por Jaime Izquierdo en su libro La ciudad agropolitana. La aldea cosmopolita. Desde BajoTeja nos damos cuenta de que sería bueno situar el rural en un contexto específico, pues tal y como dice Badal, no existe un mundo campesino sino “muchos pequeños mundos campesinos”. Así que decidimos recuperar unos audios que grabamos en San Lorenzo de Tormes junto con Alfredo Miralles para su app Arquitecturas de la memoria. Estos audios recogen los testimonios de tres vecinas, Antonia, Herme y Sagra, que narran cómo era la vida en el pueblo cuando ellas eran jóvenes.

Ya estamos en la sala del museo con todo preparado para empezar la activación. Se oye a lxs participantes llegar. Estamos un poco nerviosxs. Se nos pasa en cuanto les vemos y nos presentamos. Esta sala del museo está cerrada al público general así que nos sentimos algo importantes. 

Para empezar, les invitamos a visualizar las fotografías de Spain is different. Entre todxs vemos que las imágenes se vinculan con el libro de diferentes maneras. En los años 60, bajo la idea de consolidar la industria turística, se masifican zonas que hasta entonces habían sido pequeños pueblos costeros. Esto hace que se pierda la vida a la que estaba habituada la población local y se conviertan en espacios hechos por y para lxs turistas urbanxs. Esto es lo que Marc Badal llama el turismo rural, una especie de paracaidismo turístico que en vez de adaptarse al territorio, solo busca experiencias diseñadas a medida. Lejos de igualar los servicios de la ciudad y del campo, esta lógica implica la dominación de la vida urbana sobre la vida rural. En esta línea, cuestionamos si la representación de la gente campesina en las fotografías se lleva a cabo desde una mirada urbanita que acaba por consolidar los clichés campesinos. Nos detenemos en este punto y les proponemos que se fijen en una fotografía mientras leemos en voz alta un fragmento del libro que enumera todos los prejuicios que rodean a la gente campesina. 

“Incultos, ignorantes, limitados, espesos, zoquetes, toscos, estrechos, anticuados, atrasados, incoherentes, informales, carentes de modales, sucios, abandonados, asilvestrados, inmorales, desobedientes, ladrones, mentirosos, falsos, ruines, hipócritas, herejes, degenerados, supersticiosos, tarados, grotescos, horteras, feos, insensibles, rencorosos, sórdidos, tozudos, cotillas, egoístas, avariciosos, insolidarios, individualistas, interesados, malhumorados y a menudo violentos.”

Les preguntamos si estos adjetivos se pueden apreciar en las imágenes, si los estaban pensando antes de venir a la actividad y en qué medida piensan que son ciertos.

A partir de estas preguntas se genera una conversación en la que aparecen diferentes puntos de vista. Se dice que desde el rural también existen prejuicios hacia las gentes de las ciudades, que realmente es difícil socializar con gente de algunos pueblos, que en realidad nadie piensa ya esas cosas,  que no les conocemos tanto como para tener una opinión sobre cómo son, que en realidad habría que preguntarles qué piensan sobre todo esto.

Llegamos a la idea de que la ciudad es un centro de poder desde el que se construyen los relatos dominantes. La ciudad silencia las voces del campo y de sus gentes al mismo tiempo que idealiza la vida rural y su entorno.

Esto nos devuelve al punto de partida, ¿de qué hablamos cuando hablamos del rural? ¿Desde dónde hablamos sobre el rural?

Aquí aclaramos que no se trata de determinar quién puede o no hablar sino de posicionarse respecto a una lógica de poder representada en este caso por la ciudad. Esto no quiere decir que se tenga que eliminar la crítica al rural y a algunas de sus tradiciones sino tomar conciencia de la posición de poder que se ocupa respecto al rural y sus gentes.

Con todas estas ideas nos desplazamos a otra zona de la sala y nos sentamos alrededor de una mesa en forma de L. Es una forma extraña pero nos llevó un tiempo decidir que esa era la mejor disposición. Las mesas están cubiertas de papel craft y hay rotuladores de colores esparcidos por toda la superficie. Invitamos al grupo a presentarse de una manera diferente, con los nombres de los pueblos con los que están vinculadxs. Lxs participantes escriben con diferentes colores y tamaños San Vicente de la Barquera, Paterna, Valsaín, Chiapas… Hay quien dibuja las calles de Aranjuez, un naranjo de su pueblo, una carretera nacional con diferentes paradas y quien dedica un poema algo hostil a Aranda de Duero. Entre todxs, vamos construyendo esta cartografía subjetiva de pueblos que recoge las diferentes experiencias vitales de lxs participantes. 

Al preguntar sobre la vinculación personal con los pueblos, un chico joven comenta su intento de mudarse a un pequeño pueblo de Cantabria. Aunque recuerda con felicidad los paseos tranquilos por el monte y las tareas cotidianas hechas con calma, señala que al final esta vuelta al campo no es posible sin oportunidades económicas y laborales en esos contextos. 

Habla de lo difícil que es hoy en día salir de las lógicas urbanas de la productividad y el exceso para pasar a lo que Badal denomina las lógicas campesinas, más sostenibles y en diálogo con el medio. Aparece la cuestión de si realmente lo urbano y lo rural son polos opuestos e incompatibles. También se sugiere que tal vez no tenga sentido hablar del rural como una única realidad.

Gracias a esa reflexión, presentamos el mundo campesino de San Lorenzo de Tormes. Escuchamos las voces y los recuerdos de Antonia, Herme y Sagra, vecinas de San Lorenzo de Tormes, que nos cuentan cómo era la vida antes en el pueblo. Mientras suenan sus voces a través del altavoz en, nos parece importante decirlo, el Museo Nacional y Centro de Arte Reina Sofía, vamos colocando sobre la mesa imágenes antiguas y actuales del pueblo, del pilón, de sus gentes, de la fiesta de San Lorenzo, de algún burro, de las Eras, de algunas viviendas y de la plaza principal.

Después añadimos a la mesa imágenes actuales de la ciudad de Madrid y las fotografías que habíamos pedido lxs participantes a partir de sus interpretaciones del concepto de ciudad rural. Les invitamos a formar pequeños grupos y a componer un collage con todas esas imágenes, como hizo alguno de los fotógrafos de la serie de Spain is different, para especular sobre la ciudad rural. Entre recortes, “pásame el pegamento” y conversaciones informales charlamos colectivamente sobre las interdependencias del mundo rural y urbano.

Como cierre de la actividad, juntamos todas las obras y las presentamos una a una. Algunas hacen referencia a la vida barrial, esas pequeñas ciudades que habitan dentro de la gran ciudad, al apoyo a los productores locales y a las dinámicas comunitarias que se generan en pequeños núcleos de población.

Otras proponen que la ciudad rural es aquella que se sale del molde, que desborda el campo y la ciudad, cuyo símbolo religioso es la cruz ecológica. Otras muestran un paisaje rural a partir de fotos de la ciudad que al descontextualizarse, adquieren nuevos significados. Otras identifican elementos urbanísticos y arquitectónicos comunes como los pilones de agua y las fuentes que había antes en el barrio de Vallecas. Otras apuestan por una composición abstracta que representa la hibridación, el caos y lo mutante. Otras también muestran la hostilidad que se puede vivir en el medio rural y otras imaginan cómo la ciudad se ruralificaría si abriese sus puertas y dejara entrar a un rebaño de ovejas que lo invadiría todo como una crecida de río que desborda el cauce.

Con esta idea de desbordamiento y afectación, con más preguntas que conclusiones sobre lo que es o podría ser la ciudad rural llegamos al final de la activación. Agradecemos el tiempo compartido, les invitamos a venir de excursión a San Lorenzo de Tormes, recogemos todas las obras, salimos del museo y caminamos por la ciudad que algún día podría ser ciudad rural.

“La ciudad agropolitana, en última instancia, es aquella en que la sociedad urbana y sus instituciones toman conciencia del impacto que sus decisiones cotidianas de consumo tienen en el medio rural periurbano, regional y global y actúan en consecuencia. Una ciudad en la que sus habitantes y no solo los de extramuros, participen activamente en la gestión y conservación del medio rural periurbano, en la que la campiña del entorno sea una parte importante de la misma y en donde sea posible desarrollar la función agroecológica en sus tres dimensiones interrelacionadas: producción de agricultura ecológica integrada localmente, conservación equilibrada y conjunta de la biodiversidad doméstica y silvestre y mantenimiento de hábitats complejos y paisajes agrarios históricos. La ciudad agropolitana es una ciudad de ciudadanos libres, voluntarios, solidarios y responsables que, sin renunciar a sus profesiones urbanas, recuperan el gusto de trabajar con las manos, de volver a tener los pies en la tierra, de consumir saludablemente con la cabeza y de tener el corazón con el campo y con las comunidades campesinas del resto de la región y del mundo.” 

Residencia Literaria Conejillo de Verano

La Residencia Literaria «Conejillo de Verano» es un projecto de la Plataforma BajoTeja que aúna prácticas de escritura creativa y comunitaria con la revisita y la reactualización del patrimonio inmaterial de la Comarca Barco de Ávila-Piedrahita. En ella, 7 escritorxs de la Península son invitadxs a la Casa BajoTeja para conocer a sus vecinos, oír sus historias, ofrecer las suyas al pueblo. Pensar en colectivo qué es la escritura hecha en voz alta, intergeneracionalmente, con las manos ocupadas y con los pies de camino al río seco. También es así una investigación en curso de formas experimentales de publicar y narrar de forma situada y plural con la historia San Lorenzo de Tormes acompañándonos como una buena sombra de la que pensamos cómo ser buenos huéspedes.

El 17 y 18 de diciembre de 2022 realizamos en San Lorenzo de Tormes el evento «Caravana de poetas», una iniciativa del Colectivo Más que Palabras. En él, planteamos un taller sobre el archivo del pueblo y le pedimos a dos residentes de nuestra I Residencia Literaria que registraran de manera creativa lo que allí sucedió. 

Os dejamos con la creación de Raquel Pons:

© Raquel Pons. All Rights Reserved

Por qué querer malas hierbas en tu patio, en tu pueblo y debajo de tu lengua

La anterior residencia se dedicó a la mitología abulense pero en el curso de la búsqueda de documentación de estos personajes salieron a la luz, a golpe de página, ritos, creencias, dichos, haceres y supersticiones que hacen referencia a un pensamiento mágico que a mi me gusta mucho y que es el de andar por casa, el que va en zapato de campo. 

Este tipo de agenciamientos cuasi-mágicos y definitivamente narrativos que tiene tener por certidumbre que si a una especie de cerezo le medio rompes una rama y un Juan y una María se pasan un bebé x número de veces bajo su sombra partida y que entonces el bebé se cura, me parece sublime. Tan sublime que cortaron los cerezos de la zona para que la gente no lo siguiera haciendo. De aquí se podría empezar a hilvanar historias de terror de por qué el pino y no el quejigo, por qué el eucalipto y no el roble; por qué existió toda una casta de monarcas corta-árboles y por qué no se puede plantar hileras de fresnos machos a ton ni son que luego se mueren todos.

Pero retomando hilo, estas “creencias blandas”, no institucionalizadas y para nada ortodoxas – fuera de esos espacios – son lo que llamaría, por decirlo con Donna Haraway, “técnicas de hacer mundo(s)”, world-making; que muta muy bien y de manera muy conveniente en word-making, es decir “hacer (con la) palabra”: ese cachito de mundo-palabra es, así mismo, herramienta y sujeto. El objeto de la narración y la forma de narrar a la vez. Es un todo descastado y sin taxonomías. Pequeño y deslavazado, incluso.

En la llaneza, aunque ciertamente cruda, de estos existires reside una de las estrategias más simples que se me ocurren para poner en valor frente al proceso inexorable de globalización y sus perjuicios a nivel simbólico, decididamente material y espiritual si me apuras: un cuento detallado pero no representativo. No es fruto de ningún acuerdo pero sí objeto de mil cinceladas. Una narración fuera del régimen de verdad, de la autoría, pero también fuera de la órbita de la suspensión de incredulidad. Tan inofensivo como una infusión de menta por la noche pero tan transportable como un cotilleo y, sin embargo, cuando has llegado a tu destino ha cambiado de forma al calor de tu bolsillo.

Lo que quiero decir es que un panorama cultural como el nuestro, obsesionado con lo representacional y lo visual, donde priman procesos que lo uniforman todo, desde las estéticas hasta los modos de hacer, es tan poderoso que no sepamos lo que la madre de Antonia, apellidada De La Flor, decía para que los lobos no se comiesen a la oveja que se había perdido aquella tarde… Ese responso que permaneció secreto incluso para su hija. El encanto del secreto de bruja reside en que puede tener mil itinerancias y a la vez ninguna. Nunca se escribió y pese o gracias a ello ahí estaba el corderito blanquinegro balando como loco camino abajo hacia el pueblo con el cielo oscurísimo ya.

Es así porque es así, pero también podría ser asá. Esa poética de “yaya”, que diría mi novia, es la que te permite contar la misma historia mil veces con pequeñas variaciones y la que, por citar al poeta Ocean Wong, nos hace a todxs participantes activos del futuro del lenguaje y desde luego no ebranca, es decir, corta las ramas, de otras formas de imaginación. A veces pienso que me interesa la escritura precisamente por eso, por estos márgenes de posibilidad (de contarnos) que se sienten agarrotados al mismo tiempo pero, sin embargo, en continua reactualización. Justamente, como esa mala hierba en tu patio de atrás.

Ros del Olmo

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