Directamente a la despensa

A ver, Pues… Es una familia… Bueno, era una familia de aquí del pueblo. El marido era de aquí. La mujer y la familia de la mujer eran de Canarias. De qué isla eso ya no me acuerdo, pero eran de allí. Habían venido a pasar el verano y querían hacer una comida con las patatas de allí, las chiquitinas. Se llaman papas, ¿no? Sí, pues eso… Total, que llegan en el coche el marido, la mujer, la tía, están descargando… Bueno, así es como me lo ha contado a mí la… la vecina de ellos. Estaba él descargando el coche, ¿no? Repartiendo los sacos de papas. Y decía… Claro, decía:

-Estas papas directamente a la despensa.

Y repetía así siempre:

-Las papas directamente a la despensa. 

Bueno, pues todos los que estaban allí, la hija pequeña… todos los que estaban llevaban los sacos directamente a la despensa. Entonces alguien, creo que era la tía, dejó una bolsa de papas en la cocina en vez de en la despensa.

Se ve que la puso al lado del cubo de la basura, aunque aún hoy ella niega que el asunto ocurriese como te cuento, claro. Y había mucho ajetreo en la casa porque traían muchas cosas. Bueno, que mientras hay todo ese ruido y ajetreo en la casa, maletas, entradas y salidas, la hija pequeña saca la basura. Espera, que casi se me olvida. Ella sacó la basura porque alguien le había dicho que había mucha basura. Esto es para morirse… Bueno, pues va ella, piensa que es buena idea y coge todas las bolsas que había en la cocina y entre varios van y las tiran a los cubos de la entrada del pueblo. Total, que tiraron las papas a la basura, volvieron a la casa y durmieron a pierna suelta hasta el día siguiente. Ya por la mañana, pues… Se levantan e imagino que la tía pregunta por una bolsa verde de papas que había dejado en la cocina. Todo el mundo empieza a buscar por la casa y nada, que las papas no aparecen. Entonces ya la hija hace memoria, cae en la cuenta de que la bolsa que había tirado era la de las papas y sale corriendo de la casa a los contenedores. Total, que vuelve a la casa con las manos vacías y dice que ya pasó el camión de la basura. Y claro, el padre no podía entender cómo habían podido fallar sus instrucciones. No paraba de repetir:

-directamente a la despensa. Dije directamente a la despensa.

La hija se sentía fatal, claro, porque la familia había exportado veinte kilos de papas desde las islas. La tía callaba porque no quería tener la culpa, claro. Y todos tenían miedo de decírselo a la madre y la otra tía, a la familia de Canarias, claro. Entonces, decidieron seguir con las tareas de ese día y marcharon a otro pueblo a trabajar. Iban en un coche la hija, el novio y el amigo. Y en el otro la tía, el padre y el resto de amigos. Claro, cada uno poniendo a caldo a cada cual. La hija entretanto llamaba a los centros de residuos de los pueblos vecinos, a los ayuntamientos y… qué gracioso era, que decía:

-Hola, hola… Mira, es que he tirado algo de valor a la basura y me gustaría recuperarlo.

Claro, nadie se imaginaba que se podía referir a unas papas. La gente se imaginaba una joya o alguna cosa así. Y todo el mundo estaba entregado a la búsqueda y recuperación de esa cosa perdida. De repente, el coche para, se bajan todos y hablan con un conductor de un camión de basuras que se habían encontrado. Y este les dice que los residuos van a tal pueblo. Entonces van para allá pero allí les dicen que están en el otro pueblo de al lao. Total, que con el coche de un sitio para otro, dispuestos a ir al vertedero y escarbar en la basura y discutiendo sobre cómo sería mejor hacerlo, si hablando con conductores, directivos de las plantas de residuos, o con funcionarios de los ayuntamientos hasta que, ya hartos del misterio, le preguntan a la hija:

-¿Pero qué es lo que estás buscando?

Y dice ella… Dice:

-Pues… Una bolsa de papas que vienen de Canarias.

Y entonces, claro, se quedan atónitos y le contestan:

-Puf, pues olvídate ya de encontrarlas. La basura se va prensando y las papas estallan como… como…

Bueno, no sé qué dijo exactamente. Pues una vez que supieron ya esto, se volvieron al pueblo, resignados, a seguir con sus tareas. Pero aquí no acaba la historia. Porque todavía tenía que enterarse la madre. Total, que la madre y la tía canaria llegan al pueblo y nadie dice nada. Hacen como si no pasara nada. La hija, me consta que estaba agobiadísima. Claro, habían traído veinte kilos de papas desde Canarias, pagando una maleta de más para transportarlas, y ella había tirado casi cinco kilos. Luego dijeron que eran dos, pero en ese momento pensaban que eran cinco. Y tenían que dar de comer a cien personas con

veinte kilos. Y cinco se habían perdido… Pues claro, ella tenía miedo. Pero nadie decía nada en la casa. Hasta que ya por la noche, mientras cenaban, estaban hablando y de golpe dice la madre:

-¡Por cierto, ya me he enterado!

Y todo el mundo se ríe con nerviosismo al mismo tiempo. Y bueno, pues se cuenta todo esto de que en realidad la culpa era de la persona que guardó las papas en una bolsa que parecía de la basura, y que luego fue la tía la que la colocó junto al cubo, y que luego la hija la sacó fuera y el novio y el amigo acompañaron a tirarla… Nada bastó a la madre para justificar el accidente, y dijo:

-En realidad, este agravio es contra tu tía [la canaria], que tuvo todas esas papas durante tres meses en su sótano, cuidándolas y echándoles unos polvillos para que no se pusieran malas. Porque ahora no hay papas en Canarias. Este año hubo una mala cosecha y todas las papas vienen de Israel. Y tu tía había conseguido encontrar a alguien que conocía a alguien que tenía papas y que se las regalase. Y ahora están en la basura… Así que vosotros cinco os habéis quedado sin papas.

Claro, se refería a la hija, al novio, al amigo, a la tía y al padre. Yo ya te digo que recuerdo pocas historias como esta.

Todo se tambalea

Siempre se dice eso de no trabajes con tu familia que sale mal. Que se mezcla lo personal con lo profesional. Que salen los trapos sucios.

Pero ya que el proyecto BajoTeja empezó como una iniciativa familiar, nos vimos de repente mezclando lo profesional con lo personal y con todos los trapos sucios. Suerte que en mi casa son muy fans de Marie Kondo y supieron poner orden.

Me acerco a mis padres y les preguntó, móvil en mano: ¿qué es lo mejor de trabajar en BajoTeja? ¿Y lo peor? A mi padre le da la risa. Despertamos los pensamientos incómodos, las cosillas sin resolver, ponemos los trapitos sobre la mesa.

Hablo con mi madre, que se retrotrae a la primera edición del festival:

«Fue súper emocionante conocer a toda esta gente tan especial y ver como cada persona aportaba algo y que, si no aportaba eso que tenía que aportar, todo se tambaleaba.»

Según ella fue algo tan especial porque veníamos de un momento muy duro. Veníamos de estar 4 meses encerradxs en nuestras casas, con leyes de contacto cada vez más restrictivas y de repente nos encontramos con 25 personas metidas en nuestra casa del pueblo:

«El festival funcionó porque la gente lo sentía como algo suyo y tenía una responsabilidad de que eso saliera adelante.»

Les propongo escribir un texto en conjunto en torno al concepto del tambaleo, y este es el resultado:


ÁNGEL escribe –

«Era una noticia más entre los miles que se producen cada día. Una de esas que pasan por las redacciones de los medios de comunicación a veces sin pena ni gloria. De esas que la gente lee, ve o escucha pasando a la siguiente y olvidándola inmediatamente. A finales de 2019 oíamos hablar de que algo ocurría en China. Demasiado lejos para que ese algo nos afectara. Una infección, una bacteria, un virus que contagiaba a la gente en una ciudad casi desconocida o desconocida del todo. Wuhan.

Las Navidades de ese año pasaron como si nada, aunque el ruido de fondo iba aumentando. Emergía poco a poco ya en 2020 una palabra que más adelante, nos produciría escalofríos. Coronavirus, Sars-Cov-2, Covid19. Las noticias se hicieron cada vez más inquietantes. Confinamientos, enfermedades respiratorias, pacientes en estado grave, muertes. Miles y miles de muertes. Cuando nos quisimos dar cuenta la epidemia llegaba a Europa. Italia se contagiaba a toda velocidad. Y rápidamente, uno de los países más turísticos del mundo. El nuestro.

A principios de marzo trabajando en TVE hacía un reportaje sobre las pandemias, recordando algunas de las más importantes que se habían producido en nuestra historia contemporánea como la mal llamada Gripe Española de 1918, la gripe A, la gripe aviar… A una científica del CSIC le preguntaba en su casa del barrio de Salamanca en una entrevista si esto del coronavirus se convertiría en una pandemia. La respuesta fue afirmativa, sin duda y sin tardar.

El 14 de marzo de 2020, el gobierno decretaba un confinamiento que podría durar una semana, quince días, quizá. El país se paralizó, las fábricas, los colegios, universidades, comercios, servicios. Casi todo, menos lo esencial. Hospitales, centros de salud, farmacias… No nos dábamos cuenta aún de que estábamos luchando por la supervivencia. Eso sí, mientras nuestros mayores morían a miles en las residencias, los contagiados morían a miles en los hospitales, las urgencias se saturaban, los sanitarios pagaban muchas veces sus esfuerzos hasta el límite con su propia vida… algunos se manifestaban en el centro de Madrid porque no podían salir a tomar cañas.  

Otros, quiero pensar que la inmensa mayoría de este país, aguardábamos en casa con esperanza remedios, soluciones. En nuestro caso pensamos –había mucho tiempo para hacerlo, aunque seguíamos trabajando con la normalidad que era posible para que la información llegara a todo el mundo- en esa gente que con las crisis es la primera en pasarlo mal. Los artistas. En las largas sobremesas del confinamiento compartimos una idea. ¿Por qué no hacer un festival en nuestro pueblo para que esos amigos, los amigos de los amigos o los conocidos de éstos dedicados a ese mundo del arte y la cultura en el que aliviar un poco toda esa situación? ¿Por qué no llevar a San Lorenzo de Tormes, a sus treinta y pocos habitantes, algo de alegría, de esperanza, a través de la cultura?

Esa fue la idea que surgió en nuestra familia de los tres meses de confinamiento cuando aún ignorábamos que el COVID nos iba a acompañar durante casi tres años. La idea se llamó BajoTeja queriendo unir el arte con el mundo rural, tan alejado siempre de este tipo de manifestaciones. La primera edición, con grandes medidas de precaución, se celebró al aire libre en agosto de 2020. Mientras, la pandemia se extendía y el mundo se tambaleaba.»


tambalear

De or. onomat.
1. moverse de un lado a otro por falta de equilibrio o estabilidad una persona o cosa  1. intr. Dicho de una persona o de una cosa: Moverse a uno y otro lado, como si se fuese a caer. 

Así estaba el mundo en el 2020, tambaleándose de un lado a otro, y así estábamos nosotrxs aquellos 4 días de agosto en los que pusimos nuestro pueblo y nuestra casa patas arriba. Era una condición de inestabilidad, una organización en continua desorganización y reorganización; como dice mi amigo Álex en su texto. Era un estar cómodxs en la ambigüedad, como dice mi amigue Ros, enfrentarse a un sistema de valores que cree conocer todo y no acepta no poder conocer algo. Seguimos construyendo BajoTeja en esa ambigüedad, asumiendo el miedo a la pérdida y a las expectativas frustradas.


TERESA escribe –

«Claudia ya ha buscado en el diccionario una de las acepciones de tambalearse: movernos como si fuéramos a caer. Pues bien, eso no ocurre en Bajo Teja. Siempre hay algo, otra persona, un acontecimiento, en lo que apoyarse para no caer cuando te tambaleas. Y esto es, para mi, personalmente, lo mejor del festival. El espíritu de la gente que viene a San Lorenzo nos salva siempre. Ese ánimo positivo; ese afán por colaborar en todo lo que sea necesario; esa disposición a comunicar y escuchar a los demás.
Cuando se da entre las mujeres lo llamamos sororidad; entre los hombres se habla de fraternidad; en San Lorenzo, durante los días que dura el festival Bajo Teja y después, durante todo el año, lo que compartimos toda la familia bajotejuna lo vamos a llamar tejaridad. Lo llamemos como lo llamemos es algo que nos mantiene en pie, aunque podamos tambalearnos en algunas ocasiones.»


A veces nos hemos auto explotado. Pero vamos aprendiendo. Y ahora nos ponemos límites para que lo profesional y lo personal convivan en los rincones de la casa. Hemos aprendido que a veces decir que no puedes poner una silla más en tu mesa, es cuidarte y cuidar al otrx. Que las comidas no son un añadido al festival, algo secundario, cuestiones de logística. Son parte de toda esa cultura que estamos construyendo. Y que hacer unas buenas lentejas para 25 personas tiene mucho arte.

De la misma manera que Marie Kondo admitía recientemente que, tras la llegada de su tercer hijo, ya no sigue su propio método y afirma “Mi casa está desordenada”, nosotrxs admitimos que acoger a 25 personas en tu casa dificulta mucho el orden. Así que hay días que nos desorganizamos y se tambalean hasta los cimientos. Por suerte, siempre aparece alguien para calzar la casa.

Claudia Maga, Ángel Sánchez y Teresa Rodríguez

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