Esa Playa de Este Pueblo

16 de septiembre.

Ayer cuando bajé a la playa me encontré con Isabel. Cada vez que bajo a la playa si
quiero localizarlas a ellas, a mi grupo, busco un bulto de sombrillas como haciendo un
caparazón. Es fácil de distinguirlas porque la gente en la playa habitualmente se coloca
con espacio para abarcar toda la arena posible, extiende sus toallas sus sillas sus
sombrillas, pero ellas no.
Esta gente es todo lo contrario, cuanto más juntas mejor, pa charlar compartir las pipas el
melón y todo eso.

Bajo por las escaleras de piedra que arreglaron hace tres o cuatro años, que sigue
costando lo mismo subirlas que bajarlas porque además de ser empinadas son muy altas,
a mitad de las escaleras, echo un ojo pa buscar el caparazón de mi grupo. Aquí, mi grupo,
son todo señoras. Las señoras que algunas fueron amigas de mi abuela María, como Ana,
Angelines o Isabel. Otras son vecinas de mi tía Mari, como Rosi, Cirilo, Damián o Mariluz.
Mi tía se medio mudó aquí después de la pandemia, es de esas jubiladas que desde que
es primavera hasta que acaba el otoño pasa ese tiempo en el pueblo. Pero todas estas
señoras se conocen de mucho muchísimo antes de la pandemia. Como de toda la vida.
Han visto como morían sus amigas, como morían los maridos de sus amigas, como
dejaban de trabajar y venían aquí más a menudo, como todas sus hijas se fueron de
casa, como todas sus hijas de vez en cuando pasan por aquí a estar un par de semanas
en verano.

Como Raquel. Raquel es la hija de Menchu, Menchu es ahora amiga de mi madre que a
su vez es hija de Cristobal y Dolores que fueron amigos de mis abuelos.
Raquel y yo nos conocemos desde que yo nací, y nos vemos aquí si coincidimos cada
verano. Solemos tomarnos una cerveza alguna tarde y pasar ratos al sol por las mañanas
en la playa. Ella trabaja en unos almacenes de unas farmacéuticas, y le contó a mi madre
hace un par de semanas que en dos años se casa, que quiere cambiar de trabajo y ser
weding planner. Que a tomar por culo todo, pues sí – dijo mi madre – a tomar por culo todo
que le den a esos almacenes.

arriesgarlo todo por ser weding planner .

Isabel es de mi grupo. Era amiga de mi abuela, como Ana. Cuando me encontré hace dos
días con Ana por la calle grité su nombre y lancé parriba el brazo al aire pa saludarla y ella
solo sonreía. Me acerqué y me dijo hija tendrás que decirme quien eres. Después le contó
a Claudia la misma historia que lleva contándole dos años cada vez que nos vemos, que
cuando yo era bebé ella me daba paseos en brazos por la orilla del mar y un día en la
piscina ella pasó cerca de mi madre y de mi y yo lancé los brazos al aire pa que me
cogiera en brazos y mi madre dijo mira ana, te hace bracitos. Y ella me cogió en brazos y
no podía encontrarse más feliz de que yo quisiera estar en sus brazos. Le lanzaba los
brazos al aire como hago ahora desde lejos no para que me coja sino para que me
reconozca.
Isabel en la playa ayer tampoco me reconoció. Me agaché debajo de su sombrillacaparazón
y le pregunté qué tal y ella

-Hija tendrás que decirme quien eres.

-Pues soy yo Isabel.
Y ella abrió tanto la boca como para tragarse todo el mar que tenía justo delante.
Se señaló el ojo izquierdo diciendo que con ese no ve y luego el derecho que con ese
tiene que imaginarse las cosas.

-¿Sabes cuantos años tengo ya? 102.
Y a mi se me secó la boca se me cayeron los ojos y todo mi pelo se llenó de nudos.

102 años de vida.
Eso es mucha vida.
Que porque ahora tiene heridas en las piernas porque sino habría estado una hora en el
agua ahí flotando. Hoy justo no porque está un poco sucia pero otro día sí. Y que tiene un
boquete en una pierna porque los peces se la enganchan para comerse su piel muerta y
uno mordió de más y se llevó un cacho y ahora tiene una herida (de verdad que tiene una
herida). Y en la otra pierna nada que la otra semana en las fiestas un perro fue a saludarla
y le hizo dos heridas más que como tiene tantos años su cuerpo no funciona igual, pero
que se lo cuida muy bien pa poder bañarse antes de que venga el frío.

Tu abuela decía que tú eras más maja pero que tu hermana era más salada.
Como esa forma que tienen las abuelas de repartir los cumplidos y no quedar mal con
nadie.

Cuando mi hermana y yo éramos más pequeñas y pasábamos aquí todo el verano, y nos
bañábamos con todo el grupo (que en ese momento también había niñas de nuestra
edad) Isabel se bañaba con nosotras y nos íbamos al fondo, nadábamos hasta las boyas
con nuestras tablas y flotadores. La teoría de Isabel era que ella flotaba porque tenía
mucho pecho y como nosotras éramos muy pequeñas muy jóvenes y no teníamos pecho
no flotábamos. Pero ella tenía sus propios flotadores como ella decía. Aunque nosotras
tuviéramos los nuestros.

Cada año que volvía, antes de estar justo aquí, siempre quería que nadie me reconociera
que ese fuera el verano en el que yo volviera y nadie supiera quien era, con sus cosas, su
vida secreta para toda esta gente de esa playa que veía en un espacio-tiempo concreto y
que no sabían todo lo que yo hacía el resto del año en Madrid. Volver y ser otra y que
nadie supiera quién era yo, la de los secretos, la rara, la nueva a la que señalarían.
O algo así.
En el momento en el que Isabel no me reconoció ayer Angelines dijo que había crecido y
Ana que no, no ha crecido solo ha adelgazado y todas sí mírala que delgada sí es eso, y
Rosi sí claro está más delgada por eso parece que ha crecido.
La validación de mi grupo, de mis abuelas, por no ser reconocible. Por estar guapa a sus
ojos. Con mis secretos y mis cosas sin que ellas sepan nada de lo que yo hago el resto
del año en cualquier otro sitio que no sea esa Playa de Este Pueblo. Da igual acabar el
mes con el agua al cuello, no dormir bien, no saber si curro o si estudio, si me levanto por
las mañanas tranquila, si me alegra tener un jardín en una estantería, si camino por las
calles como vuelan esos pájaros grandes encima del mar, con tal de volver en verano y no
ser reconocible.

Todo lo que ocurre el resto del año fuera de esa Playa de Este Pueblo, no es lo que más
importa.
102 años de vida.
Cada una tiene sus creencias
sus zanjas
sus hoyos de esperanza.
Sus sombrillas sus pipas sus Playas.
Cada una tiene sus diosas.

Vuelvo a estar en el mismo lugar desde el que os escribí la última vez el 17 de abril.
Pero nada de nada de nada es lo mismo.
Os mando besos desde la Playa que es mi Playa que se llama: Cala de los ángeles.
Nos vemos pronto.

Mara

Mara Sannia

La idea es cómo poder preservar todo esto

El 17 y 18 de diciembre de 2022 realizamos en San Lorenzo de Tormes el evento «Caravana de poetas», una iniciativa del Colectivo Más que Palabras. En él, planteamos un taller sobre el archivo del pueblo y le pedimos a dos residentes de nuestra I Residencia Literaria que registraran de manera creativa lo que allí sucedió. 

Os dejamos con la creación de Arturo Batanero:

© Arturo Batanero. All Rights Reserved

Residencia Literaria Conejillo de Verano

La Residencia Literaria «Conejillo de Verano» es un projecto de la Plataforma BajoTeja que aúna prácticas de escritura creativa y comunitaria con la revisita y la reactualización del patrimonio inmaterial de la Comarca Barco de Ávila-Piedrahita. En ella, 7 escritorxs de la Península son invitadxs a la Casa BajoTeja para conocer a sus vecinos, oír sus historias, ofrecer las suyas al pueblo. Pensar en colectivo qué es la escritura hecha en voz alta, intergeneracionalmente, con las manos ocupadas y con los pies de camino al río seco. También es así una investigación en curso de formas experimentales de publicar y narrar de forma situada y plural con la historia San Lorenzo de Tormes acompañándonos como una buena sombra de la que pensamos cómo ser buenos huéspedes.

El 17 y 18 de diciembre de 2022 realizamos en San Lorenzo de Tormes el evento «Caravana de poetas», una iniciativa del Colectivo Más que Palabras. En él, planteamos un taller sobre el archivo del pueblo y le pedimos a dos residentes de nuestra I Residencia Literaria que registraran de manera creativa lo que allí sucedió. 

Os dejamos con la creación de Raquel Pons:

© Raquel Pons. All Rights Reserved

Por qué querer malas hierbas en tu patio, en tu pueblo y debajo de tu lengua

La anterior residencia se dedicó a la mitología abulense pero en el curso de la búsqueda de documentación de estos personajes salieron a la luz, a golpe de página, ritos, creencias, dichos, haceres y supersticiones que hacen referencia a un pensamiento mágico que a mi me gusta mucho y que es el de andar por casa, el que va en zapato de campo. 

Este tipo de agenciamientos cuasi-mágicos y definitivamente narrativos que tiene tener por certidumbre que si a una especie de cerezo le medio rompes una rama y un Juan y una María se pasan un bebé x número de veces bajo su sombra partida y que entonces el bebé se cura, me parece sublime. Tan sublime que cortaron los cerezos de la zona para que la gente no lo siguiera haciendo. De aquí se podría empezar a hilvanar historias de terror de por qué el pino y no el quejigo, por qué el eucalipto y no el roble; por qué existió toda una casta de monarcas corta-árboles y por qué no se puede plantar hileras de fresnos machos a ton ni son que luego se mueren todos.

Pero retomando hilo, estas “creencias blandas”, no institucionalizadas y para nada ortodoxas – fuera de esos espacios – son lo que llamaría, por decirlo con Donna Haraway, “técnicas de hacer mundo(s)”, world-making; que muta muy bien y de manera muy conveniente en word-making, es decir “hacer (con la) palabra”: ese cachito de mundo-palabra es, así mismo, herramienta y sujeto. El objeto de la narración y la forma de narrar a la vez. Es un todo descastado y sin taxonomías. Pequeño y deslavazado, incluso.

En la llaneza, aunque ciertamente cruda, de estos existires reside una de las estrategias más simples que se me ocurren para poner en valor frente al proceso inexorable de globalización y sus perjuicios a nivel simbólico, decididamente material y espiritual si me apuras: un cuento detallado pero no representativo. No es fruto de ningún acuerdo pero sí objeto de mil cinceladas. Una narración fuera del régimen de verdad, de la autoría, pero también fuera de la órbita de la suspensión de incredulidad. Tan inofensivo como una infusión de menta por la noche pero tan transportable como un cotilleo y, sin embargo, cuando has llegado a tu destino ha cambiado de forma al calor de tu bolsillo.

Lo que quiero decir es que un panorama cultural como el nuestro, obsesionado con lo representacional y lo visual, donde priman procesos que lo uniforman todo, desde las estéticas hasta los modos de hacer, es tan poderoso que no sepamos lo que la madre de Antonia, apellidada De La Flor, decía para que los lobos no se comiesen a la oveja que se había perdido aquella tarde… Ese responso que permaneció secreto incluso para su hija. El encanto del secreto de bruja reside en que puede tener mil itinerancias y a la vez ninguna. Nunca se escribió y pese o gracias a ello ahí estaba el corderito blanquinegro balando como loco camino abajo hacia el pueblo con el cielo oscurísimo ya.

Es así porque es así, pero también podría ser asá. Esa poética de “yaya”, que diría mi novia, es la que te permite contar la misma historia mil veces con pequeñas variaciones y la que, por citar al poeta Ocean Wong, nos hace a todxs participantes activos del futuro del lenguaje y desde luego no ebranca, es decir, corta las ramas, de otras formas de imaginación. A veces pienso que me interesa la escritura precisamente por eso, por estos márgenes de posibilidad (de contarnos) que se sienten agarrotados al mismo tiempo pero, sin embargo, en continua reactualización. Justamente, como esa mala hierba en tu patio de atrás.

Ros del Olmo

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